La confirmación del incremento de los precios
Los precios se desbocan, al confirmarse las cifras del IPC de marzo al publicarse los datos definitivos de dicho mes, cuya tasa interanual aumenta 2,8 puntos respecto a la de febrero y se sitúa en el 9,8%, con una inflación subyacente -que excluye los alimentos no elaborados y el componente energético- que se incrementa 4 décimas, hasta el 3,4%, que ya, tras muchos meses, confirma de manera clara que la inflación se está enroscando de manera permanente en la economía, con todo el impacto negativo que conlleva en la estructura económica.
Hemos entrado, claramente, en una espiral inflacionista: desde noviembre del año pasado se está produciendo una escalada de la tasa anual de inflación, subiendo desde el -0,8% interanual de noviembre de 2020 hasta el 9,8% de este mes de marzo, con una tendencia que, en términos generales, aumenta cada vez más su crecimiento. Es, así, la tasa interanual más alta desde mayo de 1985, es decir, desde hace más de treinta y cinco años, medio año antes de incorporarnos a la entonces Comunidad Económica Europea, tiempos en los que no teníamos la fortaleza de una unión monetaria y en el que no había, ni siquiera, ley de autonomía del Banco de España.
Por tanto, entonces había más elementos que tensaban la inflación -el recurso del Gobierno al Banco de España y las devaluaciones que se realizaban para salir de cada crisis, que acentuaban la subida de precios-, de manera que el hecho de que ahora alcancemos esos niveles lo hace mucho más preocupante, pues puede indicar que estructuralmente la inflación está mucho más consolidada de lo que estimó el Banco Central Europeo, especialmente en España por desviarse más el Gobierno de los objetivos de estabilidad.
Todo este impacto ya se deja sentir, como he venido diciendo durante los últimos meses, a lo largo de toda la cadena de valor. Los precios industriales están pulverizando sus registros, con incrementos de más del 30% interanual, que incrementa los costes de las industrias, algunas de las cuales están parando o limitando su producción, que provocará una reducción adicional de oferta y precios más caros.
Por otra parte, quienes no limitan su producción están ya trasladando esos mayores costes al consumidor en todos sus productos, con lo que suben los precios de manera generalizada, elemento que merma la renta disponible de los agentes económicos, cosa que ya está sucediendo.
Se ha descuidado la atención a la inflación de manera equivocada, pues no debemos obviar lo peligrosa, por perniciosa para toda la actividad económica, que es la inflación, pues introduce un elemento que no aporta nada positivo, sino que encarece toda la actividad económica, la hace menos competitiva y puede crear un círculo vicioso que lastre el desarrollo económico durante tiempo. Mientras que la Reserva Federal ha subido ya 25 puntos básicos los tipos de interés y ha anunciado otras seis subidas más este año, y el Banco de Inglaterra ha subido ya tres veces los tipos este ejercicio, el Banco Central Europeo (BCE), insiste en que este repunte de la inflación parece que será pasajero y que el objetivo a medio plazo, para 2024, se mantiene en el 2%, de manera que, aunque lo vigilen, no están tomando decisiones firmes conducentes a aplicar una política monetaria más restrictiva, que embride el alza de precios que estamos viviendo, al ser la inflación un fenómeno monetario.
No se puede tomar a la ligera y obviar el problema, porque si se da la espalda al mismo y no se contempla en toda su extensión, puede transmitirse la presión inflacionista al medio y largo plazo, cosa que cada vez empieza a cobrar una mayor probabilidad. Cuanto más tarde en reaccionarse, más probabilidad hay de que se vuelva permanente la inflación y más duras tendrán que ser las medidas de política monetaria a adoptar en el futuro. Es obvio que no pueden incrementarse los tipos de manera abrupta, para que no colapse la economía, pero sí que habría que ir realizando varias subidas en 2022 para evitar el empobrecimiento generalizado que supondrá la inflación.
Si la inflación se consolida, el empobrecimiento será generalizado, pero quienes más lo sufrirán serán las rentas bajas, cuya propensión marginal al consumo es mayor y, por tanto, en proporción sobre su renta les afecta más la inflación. Mientras, el Gobierno ceba más la presión sobre los precios al tratar de resolver el problema con cheques, subvenciones, prohibiciones intervencionistas y sin bajar impuestos, al tiempo que se nutre extraordinariamente en la recaudación impositiva con el impacto inflacionista.
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